Ayer jueves 22 de marzo me levanté muy temprano decidida a que sería un excelente día. Con mi esposo pasamos por una cafetería y decidí quedarme a escribir un artículo antes de llegar a la escuela donde trabajo.

Mi jornada comienza a las 8 de la mañana así que pedí un taxi (Uber para ser específica) a las 7.40 hrs. Todo iba muy bien hasta que voy a la aplicación y veo que el chofer aún no iniciaba su recorrido.

La pantalla marcaba 5 minutos de espera, sintiéndome más o menos tranquila porque calzaba con mis tiempos, pero luego marcó 7, 8 hasta alcanzar 10 minutos de espera. En ese momento comencé a impacientarme y, de manera automática, pensé en todas las consecuencias “negativas” que el retraso me podía generar.

El Uber no llegaba y yo me preocupaba aún más

Mi impaciencia llegó a tal punto que olvidé mi café en el baño (no entiendo por qué lo llevé). Comencé a quejarme contra el mundo, la vida y el chofer de Uber. Sumado a esto, le enviaba mensajes de texto a mi esposo contándole mi gran tragedia como si él, desde su trabajo, pudiese enviarme mágicamente la solución.

Eran las 8 de la mañana y Uber aún no llegaba. Me sentía frustrada, molesta y totalmente desesperada. En ese momento decidí respirar profundo. Miré el sol del amanecer y me entregué a lo que la vida tenía para mí. Justo en ese instante miro la pantalla de mi teléfono y la aplicación marca 1 minuto de espera.

Me subo al auto a las 8 de la mañana con dos minutos. La conductora me saluda con una gran sonrisa y me dice: “¡Yo te conozco! Te llevé a la entrevista de trabajo, ¿Lo recuerdas? ¡Felicidades! ¡Quedaste en el puesto!” La miro fijamente y comienzo a reír. Luego, pienso en la situación y en que llegar 15 minutos tarde no era tan importante en ese momento. Disfruto de la conversación, recupero mi tranquilidad y la vida sigue su curso.

¿Por qué es tan difícil ser pacientes?

Después de vivir esa experiencia, me pregunto ¿Por qué sufrimos ante la espera? ¿Por qué se somos tan impacientes?

¿Será el miedo a no cumplir con los objetivos que nos hemos propuesto? ¿Es culpa de la sociedad que nos enseña y nos obliga a satisfacer nuestros deseos de manera inmediata? ¿Será esa necesidad interna de ser perfectos y hacer todo de forma correcta para recibir el reconocimiento de los demás?

Cada uno puede tener distintas razones. Lo que sí es relevante destacar es que todos vivimos momentos de impaciencia en donde queremos hacer y tener todo ¡ya!

Frases como: “El tiempo es oro”, “El tiempo pasa muy rápido” y “No hay tiempo que perder” que hemos oido más de una vez, representan a la sociedad frenética en la cual estamos inmersos. Hacemos dos o tres cosas a la vez simplemente para no perder tiempo o dejamos de dormir lo suficiente para cumplir con todo.

Queremos todo para hoy sin tomar conciencia de nuestra salud y de nuestros estados internos. En este camino de la inmediatez, nuestro cuerpo nos dice que debemos parar, que debemos descansar, pero no. Seguimos funcionando hasta sobrepasar todos los límites y después sufrimos cuando nuestro organismo comienza a fallar.

Lo quiero ahora, lo quiero ¡ya!

¿Por qué no podemos esperar un poco, sólo un poquito más, a que todo suceda en el momento adecuado?

Con esta pregunta no quiero decir que debemos quedarnos sentados esperando a que las cosas ocurran por si solas. No me refiero a eso, aunque a veces sucede. Mi reflexión va a qué todo en la vida requiere tiempo y la naturaleza es el mayor ejemplo de ello. Aunque queramos avanzar más rápido de la cuenta, todo tiene su ritmo natural.

Si sabemos esto, ¿Por qué nos empecinamos en apresurar, disminuir o quitar tiempo a las cosas? ¿Para qué adelantar ramos o materias en una carrera, por ejemplo? ¿Para ahorrar dinero? Al final, ese ahorro lo gastamos en cosas que no tienen mucho sentido ¿verdad? ¿Cuál es el motivo de querer acelerar todo?

Nos hemos puesto tantos objetivos en nuestros hombros tratando de cumplirlos en poco tiempo que terminamos agotados. La impaciencia, acompañada del estrés, el enojo y la ansiedad forman un círculo vicioso que terminará por destruirnos si no hacemos algo al respecto.

La transformación de la paciencia en impaciencia

La paciencia es el acto de tolerar situaciones incómodas para llegar a una meta o conseguir algo. Es soportar, aguantar o vivenciar con calma las adversidades que se presentan. Ser paciente es esperar a que las cosas sucedan al ritmo que tiene que ser.

Algunos proponen que la paciencia es un valor que permite generar buenas relaciones con los demás y equilibrar las emociones más extremas como el enojo y la frustración. Pero, cuando la paciencia se transforma en impaciencia, comenzamos a poner barreras mentales que nos impiden disfrutar del momento presente. En este sentido, si queremos tomar consciencia del aquí y ahora, la paciencia es el primer paso que debemos dar.

La paciencia es una actitud que puede cultivarse y/o desarrollarse. Ser paciente implica soltar el control de la situación y entregarse a lo que la vida nos ofrece en ese momento. Escribirlo es muy fácil, vivirlo no tanto. En mi caso, esperando el Uber yo no era la persona más serena del mundo. Lo reconozco porque a todos nos pasa. Cuando esperamos nos impacientamos y sufrimos.

No nos agrada esperar

Digamos las cosas como son. A nadie le gusta esperar. Ya sea estando en una fila de supermercado, esperar a alguien que se ha retrasado o a que la comida esté lista. Ansiar desesperadamente ese viaje que siempre hemos querido o que lleguen pronto las vacaciones. El simple acto de esperar se ha convertido en una experiencia desagradable que nos genera ansiedad, enojo, aburrimiento, cansancio y sufrimiento.

La presión de la espera sólo se encuentra en una mente desbordada de miedos que todos hemos experimentado. Miedo a fracasar. A no ser aceptado, reconocido o amado por los demás. A perder algo valioso. Miedo a no sanar esa herida que tanto dolor nos provoca. Temor a sentirnos incapaces. A vivir en la escasez o miedo al abandono. Sea cual sea la razón, todo se resume en esta emoción.

También está el otro extremo. Existen personas que esperan toda una vida por algo, cayendo lentamente en la postergación, el descuido y el abandono de sí mismas, pero hoy no profundizaremos en esto. Lo que deseo enfatizar hoy es que los seres humanos nos hemos olvidado ser pacientes y, por el contrario, nos hemos apropiado tanto de la impaciencia que la hemos hecho parte de nuestra personalidad.

“Soy una persona impaciente” “A mi no me gusta esperar”, “Yo no tengo paciencia”.  Cuantas veces hemos verbalizado esto siendo que todos podemos ser personas pacientes. La paciencia es una actitud que puede desarrollarse y en este artículo encontrarás dos formas sencillas de hacerlo.

Cultiva la paciencia en tiempos de impaciencia

La paciencia requiere bastante entrenamiento y la mejor escuela para ello son los momentos de espera. Es allí donde puedes decidir ser paciente y conectarte con la calma, la serenidad y la confianza.

Todos podemos tomar la decisión de transformar el sufrimiento de la espera en el cultivo de la paciencia.

Vuelvo a señalar: Todas las experiencias que vivimos necesitan tiempo. Sanar heridas físicas, psicológicas y emocionales. Aprender algo nuevo. Desarrollar una habilidad. Encontrar tu vocación. Crear tu emprendimiento y generar ingresos con ello. Todo necesita un periodo para dar sus frutos. Por ello, no debemos forzar ni presionar nada. Vivamos todas las experiencias aceptando el tiempo que sea necesario. Cultiva la paciencia.

No importa si no alcanzas a terminar tus labores en el tiempo que esperabas. No te preocupes si necesitas un día, una semana o unos meses más para lograr tu propósito de vida. Si de verdad eso que deseas es algo que te genera entusiasmo, felicidad y amor, no pienses en el tiempo ya que, tarde o temprano, lo tendrás.

Cada día es un nuevo amanecer y siempre tendremos la oportunidad de hacer eso que tanto deseamos. Aunque al leer esta frase tu mente diga lo contrario, si te conectas con tu sabiduría interior, sabrás que es así.

Primer ejercicio: Conócete a ti mismo ante la espera

Te invito a ser una persona un poco más paciente. Deja que las cosas ocurran de forma natural, simple y espontánea.

Si comienzas a sentir impaciencia cuando haces fila en el banco o en una tienda, trata de no ir en los momentos donde sabes que habrá tiempo de espera. Si esta situación es inevitable y te encuentras ahora en la fila, simplemente respira, observa tu alrededor y mira a todas las personas que probablemente están sintiendo la misma impaciencia que tú.

Toma consciencia de ti. Conócete. Identifica esa sensación y pregúntate por qué estás perdiendo la paciencia en ese preciso instante. Estas preguntas te pueden ayudar.

  • ¿Quieres llegar pronto a casa porque tuviste un día agotador?
  • ¿Tu cuerpo necesita alimentarse porque no desayunaste o no almorzaste?
  • ¿Fuiste criado en un ambiente en donde existía presión, inmediatez y ansiedad constante?
  • ¿Te molesta que las personas hagan uso de tu tiempo al hacerte esperar?
  • ¿Te consideras una persona inmediatista que quiere todo rápido?
  • ¿Sientes estrés, ansiedad o te preocupa algo?
  • ¿Sientes que se te acaba el tiempo?
  • ¿Tienes el sentido del deber muy impregnado en tí?
  • ¿Te inquieta el futuro?
  • ¿Piensas que le estás dedicando poco tiempo a tu familia, sientes culpa y por ello te molesta esperar?
  • ¿Haces promesas que no puedes cumplir diciendo que llegarás a una hora, sabiendo que necesitas más tiempo?

Plantéate preguntas como estas y aprovecha este momento para conocerte, cambiar de actitud y cultivar la paciencia.

Segundo ejercicio: Cultiva la paciencia de forma creativa

Mi propuesta es que aproveches de conocerte en todos los estados de impaciencia. Respira, baja las revoluciones y céntrate en el presente. Acompaña la vida y permite que ella te acompañe presentándote experiencias de aprendizaje en el momento justo.

Cultiva la paciencia con pequeños ejercicios de respiración y observa a tu alrededor tomando consciencia plena del momento presente. Observa tu cuerpo y pregúntate los motivos de sentir impaciencia. Quizás encuentres una buena razón que te permita conocerte y comprender la forma en que estás viviendo tu vida.

Después del primer ejercicio, busca estrategias creativas para calmar esa sensación. Mueve tu cuerpo y estírate. Lee algo interesante en tu teléfono, escucha música, cantar, dibuja, escribe, imagina o conéctate con alguien que quieres. Utiliza el tiempo de espera para conocerte, desarrollar tu paciencia, crear y vivir una vida sin sufrimiento.

No sientas que pierdes el tiempo. Esa es sólo una interpretación de tu mente, de tu ego. No pienses que podrías estar haciendo otras cosas en vez de esperar. Vive esa experiencia y aprovéchala. Cada momento es una oportunidad perfecta para descubrirte y avanzar en tu proceso de autoconocimiento.

¿Qué opinas de la paciencia? ¿Te consideras una persona paciente o impaciente? ¿Consideras que estos ejercicios sirven para cultivar la paciencia? ¿Conoces otros ejercicios? Me encantaría leer tus comentarios.

Si te pareció interesante este artículo y piensas que le puede servir a alguien más, compártelo en tus redes sociales. ¡Nos vemos en la próxima entrada!

Psicóloga, arteterapeuta y escritora. Especialista en promover espacios de autoconocimiento a través de la expresión artística. Actualmente realiza sesiones de arteterapia individual, cursos, talleres y creación de contenido en Creomás, ayudando a miles de personas a descubrir su mundo interior, conectar con su creatividad y transformar sus vidas.
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